Tal como venían anticipando las encuestas, el Partido Republicano se alzó con la victoria en la mayoría de los distritos electorales en una contienda que ponía en juego la totalidad de bancas en la Cámara de Representantes, 37 escaños sobre 100 en el Senado y 37 gobernaciones.
Lo que no era demasiado tenido en cuenta sin embargo era el triunfo de los candidatos del movimiento neoconservador y nacionalista conocido como Tea Party. Enrolados en las boletas del Partido Republicano, sus representantes dieron la sorpresa al ganar bancas en el Senado, la Cámara Alta que posee gran prestigio y relevancia en la política estadounidense.
Surgido hace poco más de un año, el Tea Party no tiene un programa definido ni líderes formales, sino que es una agrupación informal de ciudadanos WASP (del inglés: white, anglo-saxon, protestant) que ocasionalmente se disfrazan de época colonial, gritan consignas racistas, diseñan afiches xenófobos y defienden las teorías más descabelladas. La estrella del movimiento es sin dudas Sarah Palin, ex gobernadora de Alaska que perdiera la elección nacional de 2008 como candidata a vicepresidenta acompañando en la fórmula al senador republicano John McCain.
Entre los delirios del Tea Party se cuentan acusar a Obama al mismo tiempo de marxista y nazi, de haber nacido en África y de praticar el Islam como religión. Aborrecen a los intelectuales o a simples analistas que se atreven a cuestionarlos, tildándolos de "elitistas" o "liberales", uno de los insultos favoritos de la derecha norteamericana. Otra de sus consignas preferidas es vociferar contra el calentamiento global, aduciendo que es un invento de unos pocos científicos y abogan por la exploración petrolífera en las costas de Estados Unidos incluyendo Alaska, desestimando los peligros ambientales que ello supondría.
Si semejante movimiento obtuvo un respaldo electoral, es tarea urgente para la Casa Blanca el analizar seriamente qué se está haciendo mal y porqué este exótico grupo de ultraderecha obtuvo un mayor caudal de votos del que se esperaba, sorprendiendo incluso al Partido Republicano, que asiste atónito al espectáculo de ver su partido tomado por esta otrora minoría.
Con semejantes posiciones que rozan lo rídiculo y lo peligroso, cabe preguntarse si el Tea Party no debe ser considerado por el Partido Demócrata un enemigo antes que como un contrincante político honesto. En este sentido, vale recordar la obsesión de los neoconservadores por la tenencia de armas, una bandera a la que se aferran históricamente. Otro de sus "reclamos" pasa por exigir menos gobierno, rechazan el plan de salud impulsado por Obama -aprobado en el Congreso tras meses de extenuantes debates- y abogan por restaurar supuestos "valores perdidos", una proclama que nadie se atreve a preguntar a qué hace referencia en realidad.
Una explicación sobre los resultados electorales sostiene que no es tanta la cantidad de votos de confianza que el Tea Party conquistó sino que mas bien supo aprovechar la constante atención de los medios de comunicación y, en muchos casos, de su directa simpatía y aliento, como la cadena Fox, cuyo presentador estrella, Glenn Beck, organizó una masiva marcha en Washington el pasado mes de agosto con el slogan de "recuperemos a nuestro país".
Al mismo tiempo, la gran masa de electores que eligió como Presidente a Barack Obama hace dos años decidió quedarse en sus casas, desilusionados por la marcha de la economía, que se recupera a un ritmo más lento de lo que se preveía. En este sentido, el dato ampliamente negativo sigue siendo el casi 10% de desempleo que arrojan los últimos estudios económicos. Ello explicaría que una gran cantidad de jóvenes, latinos y afroamericanos que a fines de 2008 votaran por Obama, en esta ocasión optaran por no participar de los comicios.
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