viernes, 29 de enero de 2010

El auge de la tragedia en las Relaciones Internacionales

Hay una tendencia harto generalizada, desde que ocurriera el tsunami del Océano Índico en 2004, a reducir el papel de las Relaciones Internacionales a una especie de Guardián de la Humanidad -de la occidentalidad, a decir verdad- ante catástrofes, ya sean éstas naturales (inundaciones, pandemias, terremotos, sequías) o producidas por la mano del hombre, principalmente, terrorismo.

Se trata del aumento de las demandas por parte de ciudadanos "atrapados" y en estado de indefensión en alguna calamidad en el extranjero que reclaman a sus países de origen, mediante embajadas, consulados y medios de comunicación, que se solucione su situación de manera urgente.

Ante este cuadro, es entendible el reclamo e incluso la protesta airada. Sin embargo, hay que destacar que el hecho de velar por la situación de los connacionales en territorio ajeno al propio es una parte integrante de los deberes de las cancillerías de todo el mundo, no el único fin.

Además, suele dejarse de lado el hecho de que corresponde en primer lugar al Estado en donde acontece el fenómeno el intentar ayudar por sus propios medios a todos los damnificados en su territorio nacional (como es el caso de la respuesta de las autoridades peruanas ante los recientes deslizamientos de lodo en el Machu Picchu) o, en su defecto, pedir ayuda inmediatamente como lo hizo Haití ante el terremoto del pasado 12 de enero.

Las páginas de la sección Internacionales de la prensa mundial se llenan de relatos desgarradores, fotos de la tragedia, crónicas de las ineptitudes a la hora de distribuir alimentos y medicamentos, entre otras denuncias. Una mente desprevenida hasta podría llegar a pensar que esa es la función específica de la ONU.

De todas maneras, cabe admitirse la posibilidad de que la agudización simultánea de dos fenómenos posmodernos como lo son la globalización y el calentamiento global haga necesaria la revisión y el aumento de las políticas gubernamentales e internacionales frente a posibles desastres naturales y toda clase de sucesos que antes eran impensados o, al menos, localizados, y sin implicancia directa sobre terceros.

El debate ya está en marcha al menos en los Estados Unidos, en donde la ayuda que brinda esa potencia, llamada USAID, que siempre ha sido una herramienta más de política exterior, está siendo objeto de forcejeos políticos entre el Congreso, con la voz cantante de John Kerry y el Departamento de Estado, al mando de Hillary Clinton, ambos del mismo partido gobernante.

Quizás la trágica experiencia de Haití proporcione un punto de partida para el desarrollo de una logística y coordinación en el seno de la comunidad internacional ante desastres de gran magnitud como el terremoto allí ocurrido.

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